El melasma es una alteración de la pigmentación de la piel (habitualmente de la cara), en que se producen áreas de hiperpigmentación (“mela”=negro) moteada o en parches que afecta a millones de personas en el mundo, y si bien habitualmente se produce en mujeres adultas, puede afectar también a los varones.
Su origen se ha asociado con una cierta tendencia genética de la persona a padecerlo (es frecuente encontrar varias mujeres afectas en una misma familia), tipo de piel (es más usual en pieles oscuras) a lo cual se suman factores que colaboran en que se desencadene o empeore, como son el uso de anticonceptivos, embarazo (éste se conoce también como “cloasma”, o popularmente “paño del embarazo”) y otras condiciones de desajuste hormonal (a menudo no evidenciables con analíticas). Por otro lado, parece evidente el papel que juegan en su patogenia las radiaciones ultravioleta (tanto A como B), por lo que suele empeorar en verano.
Fisiopatológicamente sobre estas manchas existen melanocitos biológicamente más activos (“hiperreactivos”), que producen una excesiva cantidad de pigmento ante mínimos estímulos, aunque no un mayor número de melanocitos. Este pigmento puede depositarse más o menos superficial, y frecuentemente de esto dependerá la respuesta al tratamiento.
El melasma es asintomático, aunque puede originar una importante afectación psicológica en quien lo presenta, pudiendo empeorar su autoestima.
El tratamiento se basa por un lado evidentemente en una fotoprotección lo más estricta posible, evitando en lo posible una exposición solar directa y aplicando medidas de fotoprotección (cremas fotoprotectoras de amplio espectro). En mujeres que toman anticonceptivos se recomienda que si es posible dejen de utilizarlo, si bien esto no siempre conlleva una mejoría.
La aplicación de “camuflaje correctivo” (maquillajes terapéuticos habitualmente con propiedades fotoprotectoras) puede ser de gran utilidad.
Por otro lado, en su tratamiento pueden prescribirse diferentes cremas con activos despigmentantes (ya preparadas, o fórmulas magistrales) que pueden mejorarlo. Son habitualmente muy útiles los peelings químicos superficiales, y algunos promulgan la utilidad de diferentes fuentes de luz (incluyendo diferentes tipos de luz pulsada intensa, láser, LED…) aunque esto es más controvertido, con la posibilidad de empeoramiento del melasma tras el tratamiento si éste irrita en exceso la piel. Por este mismo motivo en estos pacientes deben evitarse procedimientos agresivos como la dermoabrasión, los peelings profundos y los láseres ablativos.
Todos estos tratamientos deben ser prescritos y realizados (o al menos supervisados) por un dermatólogo.
En cualquier caso es fundamental que el paciente conozca que se trata de un proceso crónico y frecuentemente recurrente, por lo que no será raro que haya que combinar tratamientos y cada cierto tiempo, realizar nuevos ciclos de tratamiento.
Más información: Journal of the American Academy of Dermatology 2011;65:689-97.
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